miércoles, 15 de octubre de 2008

Fragmento 1: Del Capítulo IV (de XVIII)


En Nueva Iberia, escenario de Antonio Dávila
Mientras Joseph Brighton y Ryan Davenport, se disponían a disfrutar de la noche londinense con sus colegas europeas, un automóvil sedán color rojo vino, se desplazaba por una autopista importante de Nueva Iberia, el país de América Latina que había sido motivo de conversación entre los cuatro colegas médicos en un restaurante de la lejana Londres, debido a que el hermano de Joe, estaba relacionado con el mismo. Sin embargo, la plática en cuestión, aún no había tenido lugar, ya que eran casi las once de la mañana en este país del continente americano, cuando apenas los médicos norteamericanos salían del centro de convenciones, para dirigirse a su hotel y enseguida disfrutar de una noche amena, en compañía de sus bellas colegas europeas.
El automóvil rojo, que era un Honda, modelo 95, estaba llegando a su destino, la capital del país, una enorme ciudad tropical que conformaba un laberinto de autopistas congestionadas, de zonas residenciales, industriales, colonias y barriadas, centros comerciales de lujo y mercados populares, de edificios grandes y pequeños, una urbe donde se desplazaba una amalgama de gentes de todas las edades, clases sociales, profesiones y oficios. El olor y sabor latino del nuevo mundo, se sentían tan palpables, que aún circulando cerca del más añejo edificio o plaza de corte europeo, resultaba imposible dejar de sentirlo.
A bordo del vehículo iban un hombre y una mujer. Al volante estaba Antonio Dávila, un tipo de alta estatura, complexión delgada, nariz recta y grande, ojos color café claro y cabello oscuro. Cuando casi rayaba los cuarenta años de edad, era un abogado que ejercía su profesión en su ciudad natal, donde tenía su bufete jurídico. Además era asesor legal de una sólida y poderosa compañía constructora, con sede en la ciudad capital. Viajaba con su esposa, Julia, una mujer menuda, pero sumamente atractiva, piel trigueña, de cabellos y ojos color castaño. Era poseedora de una mirada penetrante y gestos enérgicos, lo que denotaba un carácter fuerte y decidido. Economista de profesión, no tenía un empleo fijo en ese momento, pero trabajaba como consultora privada para algunas instituciones no gubernamentales.
Residentes de Montecristo, una bonita ciudad de provincia, ubicada a unos cien kilómetros de la capital, estaban viajando a ésta, debido a que Antonio tenía una cita privada con el mayor accionista de la compañía constructora, un fuerte empresario de trayectoria conocida en el país. Julia decidió acompañarlo, ya que aprovecharían para visitar a una tía suya que tenía mucho tiempo de no ver y no se encontraba muy bien de salud. Padres de dos niños, habían dejado a éstos al cuidado de la abuela, la madre de Julia, como solían hacer cada vez que salían solos, y los tranquilizaba el hecho de saber que quedaban en buenas manos.
Recorrían un transitado bulevar, cuando Antonio, después de echar un vistazo a su derecha, se dirigió a su esposa:
—Mira, Julia, ese es el nuevo edificio en construcción de la Compañía. ¿Ya va bien avanzado, no es cierto?
—Sí, es verdad, allí está el rótulo de la Compañía... Será un edificio enorme — repuso Julia, una vez que hubieron dejado atrás el lugar en cuestión.
—Así es, será el más moderno centro comercial el próximo año. Probablemente se esté inaugurando dentro de unos ocho meses...
—Pero se trata de inversión extranjera, ¿verdad?, como la mayoría de las nuevas obras de progreso de la capital.
—Bien, es cierto. Es un proyecto ejecutado con capital extranjero, aunque sé también que el propio don Alejandro tiene sus acciones... Se ha asociado con ese grupo internacional, y no sólo en el centro comercial, sino también en algunos nuevos proyectos de complejos residenciales...
—Es increíble el repunte que ha tenido la industria de la construcción en los últimos años, ¿no es cierto? Por lo menos se mira más vida en la ciudad.
—Así es, pero me preocupa ¿sabes? Mucho se habla del crecimiento económico del país en estos dos últimos años, y toman como referencia, casualmente, el auge de la construcción... Es cierto, ese suele ser un indicador del crecimiento económico en cualquier país, pero te aseguro que no es nuestro caso...
—¿Tú crees...?
—Vamos, Julia... es evidente. Fíjate tú si es congruente este crecimiento urbanístico con el desarrollo humano del país. ¿Qué me dices del desempleo?, en lugar de decrecer, va en aumento... Todos los días despiden empleados de las instituciones del Estado, con el pretexto de disminuir el gasto público. Como si no supiéramos que es resultado de la presión de los organismos financieros internacionales. Eso por un lado, y por el otro, como es bien sabido, porque los tipos del Gobierno no quieren sacrificar sus salarios astronómicos, dietas y prebendas...
—Sí, tienes razón, el descaro es cada vez más abierto... pero hacía falta alguien como Oviedo, que sacara los trapos al sol, para que fuera una bomba...
—Tú lo has dicho, y le costó caro al hombre. Esta situación es caótica, y como siempre, el pobre pueblo es que tiene que pagar los platos rotos... Como consecuencia del desempleo masivo, se dispara el sector informal, pero ojalá fuera sólo eso. Lo que es peor, proliferan los males sociales. Si te fijas, hoy como nunca hay mayor delincuencia, prostitución... Mira, es un ejército de niños de la calle, andan por doquier, unos al menos venden cualquier cosa, pero la mayoría andan de mendigos, después de drogarse oliendo pegamento.
—Es horrible —dijo Julia—. Aquí en la capital, aunque no es nada nuevo, se ha multiplicado, pero, ¿qué me dices de Montecristo? Yo no recuerdo que en mis tiempos de estudiante viera las mismas escenas de aquí... Sin embargo, ahora también allá es común ver a los niños de la calle, así como las pandillas aterrorizando la ciudad.
—Sí, y hasta en el campo, de donde sigue llegando gente a la ciudad en busca de mejorar su nivel de vida... Ay, Toño, que pesar me da la situación de toda esa pobre gente.
—Es lamentable —repuso Antonio—. Esos son los frutos de lo que ha sembrado nuestra flamante democracia...
—Mira, allí está otro enorme edificio en construcción —dijo, señalando a su izquierda.
—Sí, y a este lado están construyendo otro. Parece que ambos serán sedes de instituciones del Estado...
—Bien, éste no sé, pero aquel, creo que será la nueva sede del Palacio de Justicia... Será un bonito edificio, ¿no es cierto?
—Sí, tiene un atractivo diseño arquitectónico, algo así como clásico...
—Ajá, por las columnas griegas, aunque si te fijas bien, el edificio en sí, es un simple cajón... pero tiene unas cúpulas allá atrás, eso le da un aire bizantino... Que extraño diseño ese ¿eh? La verdad es que ahora no hallan que inventar...
—Oye, Toño, ¿tú crees que don Alejandro esté metido en algo turbio, con eso de las inversiones?
—¿Don Alejandro?... Bueno, en las inversiones que tenga por ahí, no sé, desconozco sus movimientos. Denis está a cargo ahora, pero en lo que respecta a la Compañía, te puedo asegurar que no... Es una lástima que en la reunión de mañana no se pueda presentar. No me gusta para nada la presencia del Ministro de Infraestructura en este asunto...
—¿Te refieres al asunto de la licitación?
—Exacto, la competencia con la otra constructora, la llamada Zigurat S.A., es muy fuerte. No sé por que me late que algo están tramando...
—Pero ¿por qué? Tú estarás allí, en todo caso tendrías que darte cuenta.
—Eso es lo que quiero ver.
Fin del fragmento

Dos melodías muy diferentes, pero de las más conocidas y sublimes de nuestra América Latina... "El cóndor pasa", música de Daniel Alomía Robles... y "Bésame mucho", de Consuelo Velásquez e interpretada al mejor estilo del bel canto, por Plácido Domingo

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